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Santa Catalina

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Recorrido histórico

Situado en el centro de la ciudad, Santa Catalina fue durante la Edad Media en centro político de Murcia, lugar de proclamaciones, pregones, ejecuciones y reuniones concejiles. En la actualidad no deja de ser parte de la vida cotidiana de los murcianos hasta el extremo de llenarse sus calles y plazas los días más grandes de las fiestas de la ciudad.

Cipo árabe hallado en Sta. Catalina

En la sala de arte y civilización andalusí en Murcia del Museo de Las Claras puede admirarse una estela funeraria de mármol con una leyenda grabada en árabe que se refiere a al-Fadilah mujer de la familia del rey Lobo, muerta y sepultada en un cementerio de la ciudad, en el año 1162. Esta lápida formaba parte del suelo de la iglesia de Santa Catalina a finales del siglo XIX lo que indica, con claridad, que muy cerca de la mezquita que hubo en donde hoy se encuentra la iglesia de Santa Catalina había un cementerio. Junto a eso, podemos añadir que casas y más casas excavadas -y algún baño aislado- fueron los que configuraron el paisaje de este barrio durante la dominación árabe careciendo, a falta que algún dato revelador nos diga lo contrario del dinamismo comercial de otros puntos de la ciudad. Los primeros indicios de su cronología arrancan en los siglos IX y X.

Fue la Edad Media, tras la Reconquista, la etapa más gloriosa para el barrio de Santa Catalina: esto se debió a la tradición castellana de agrupar los fastos públicos en plazas mayores por lo que Santa Catalina fue planificada y abierta para esta función. Así, proclamaciones reales, juicios públicos, ahorcamientos y reuniones concejiles -incluida la que realizaba el consejo de Hombres Buenos una vez al año- se llevaban a cabo en la puerta de la iglesia, dando colorido a la monotonía de los murcianos de entonces. Empeñado el Concejo en ampliarla para convertirla en plaza mayor topó con los intereses inmobiliarios del adelantado del reino, Alonso Yáñez Fajardo quien al final frustó sus planes para siempre. Durante esta época se edificó la iglesia de Santa Catalina siguiendo patrones artísticos de góticos más tardío de Murcia llegando a convertirse en lugar de bautismo y enterramiento de algunos prominentes murcianos de los siglos XV y XVI. Desde su torre -la más alta de la ciudad hasta el siglo XVIII- se marcaban las horas del día y se vigilaba la huerta aledaña.

Plaza de Sta. Catalina, ayer Edificio del Contraste de la Seda, en los años 20

El siglo XVIII fue una época de transformaciones urbanísticas en toda la ciudad, afectando, en modo particular, al barrio de Santa Catalina por varios factores: por lado por la eliminación de numerosos callejones sin salida o adarves cuyo origen se remonta al urbanismo árabe y, por otro, el empedrado y adecentamiento de algunas calles más transitadas y céntricas, lo que terminó por otorgar una suficiente calidad al conjunto que permitiera la construcción de palacios y el asentamiento de algunas familias del patriciado local. De hecho el siglo XIX no supuso sino el afianzamiento de una sociedad burguesa de clase media entre sus calles cuya materialización más evidente fue la denominación de la plaza de Santa Catalina por plaza de Monassot, alcalde liberal que fue de la última mitad de ese siglo.

Plaza de Santa Catalina, hoy

Los años cincuenta del siglo XX vieron dos hechos muy significativos: en primer lugar, la apertura de la Gran Vía -un viejo sueño decimonónico finalmente cumplido- lo que motivó el desgajamiento físico de una parte del barrio que lindaba con el de Santa María-San Bartolomé; y, en segundo lugar, la implantación y consolidación de una cultura de la taberna típicamente murciana, que ha arraigado en los últimos treinta años y ha contribuido -a la sobre del triunfo de la Inmaculada Concepción- a terminar de dibujar el paisaje del barrio.  




 

Lugares con historia

Son muchas las esquinas, los callejones y los solares que esconden una parte de la historia de un barrio, a continuación, a través de un recorrido, vamos a relatar algunos detalles, anécdotas y curiosidades, como ejemplo del enorme esplendor del barrio de Santa Catalina.

Calle Platería

  • No podemos dejar de visitar el barrio de Santa Catalina sin arrancar en sus inmediaciones, concretamente en la plaza de Santa Isabel. Plaza cuyo nombre nos evoca el magnífico convento de la Orden de las Isabelas, que se remontaba al siglo XV y gozaba de gran popularidad entre los vecinos. Las propiedades del citado convento alcanzaba la calle Platería modificándose, enormemente el paisaje una vez ejecutada la desamortización.
  • La vecina calle de Platería fue, en la Edad Media, escenario del asentamiento de numerosos mercaderes de origen italiano deviniendo, con el transcurso de los decenios en un barrio de orfebres y especialistas en la joyería y los paños finos hasta el extremo que estas profesiones siguen muy vinculadas a esta calle.
  • Llegamos a la plaza de Santa Catalina. Varios elementos son los destacables: por un lado el carácter público y político de la plaza: hasta 1614 fue escenario de las proclamaciones reales. Por otra parte, se encuentra la iglesia de Santa Catalina, cuya titular es un bella talla de Francisco Salzillo y es sede de una joven cofradía nazarena; el templo, quizá por su escaso tamaño, posee un ambiente muy acogedor. De la plaza destacamos el Museo de Ramón Gaya, dedicado a la obra y vida del pintor murciano fallecido en 2005 y, también, el triunfo de la Inmaculada, obra de Juan González Moreno que preside el espacio. Como último apunte señalaremos que hasta 1933 estuvo el edificio del Contraste -una monumental construcción del siglo XVII- en el lugar que hoy ocupa el edificio de La Unión y el Fénix.Plaza de Santa Catalina y Museo Ramón Gaya
  • Vecina a Santa Catalina es la plaza de las Flores. Antigua plaza de las Carnicerías desde la Edad Media, a principios del siglo XIX abandonó tal función para ser unespacio público dedicado, como su nombre indica, a la venta de flores. Hoy, además de entregarse a este menester gracias a los dos voluminosos quioscos, la víspera del día de todos los Santos se convierte en cita obligada de los murcianos que irán a honrar a sus seres queridos en los cementerios.  
  • Tomamos la calle de Ruipérez -popularmente conocida como calle de las Mulas-, debe su nombre a Luis Ruipérez Bolt, pintor de carrera muy prometedora en la Murcia del XIX, que murió muy joven en 1867. En esta calle, el paseante estará obligado a hacer una parada en alguna de las numerosas tabernas de arraigada tradición entre los murcianos. Así, una vez cumplimentado el apetito, pasaremos delante de la bocacalle de la calle Gabacha, de cuyo nombre cuesta trabajo ponerse de acuerdo: una tradición dice que su nombre proviene de una mujer francesa -por lo tanto gabacha- que instaló allí un horno de pan; otra tradición señala que el nombre lo adquirió por la suciedad que llegó a acumular dicho callejón durante años y años.






    Plaza de las Flores y bocacalle de la calle de las Mulas
  • La salida natural de la calle de Ruipérez es la calle Riquelme, que la recorremos en dirección Sur para torcer por la calle de Jiménez Baeza y desembocar en la plaza de las Flores. En aquella calle Riquelme, un palacio, construido en el siglo XVIII, fue casa de los Riquelme, una familia de la nobleza urbana que desde el siglo XIV en adelante gozó de enorme poder y prestigio entre los murcianos. Con su desaparición, el edificio pasó a ser sede de la Diputación Provincial. Como nota curiosa diremos que estos Riquelme patrocinaron el paso de la Caída obrado por Francisco Salzillo y que sale en procesión el Viernes Santo y el famoso belén que lleva su nombre y se conserva en el museo que lleva el nombre del escultor.